La evolución humana: cómo frena y ayuda a combatir el cambio climático

Sabemos que el cambio climático está ocurriendo. Sabemos que esto es el resultado del aumento de las emisiones de carbono de las actividades humanas, como la degradación del suelo y la quema de combustibles fósiles. Y sabemos que el cambio climático debe abordarse con urgencia.

Según los últimos informes de expertos internacionales en clima, dentro de 11 años, el calentamiento global podría alcanzar un nivel promedio en el que la temperatura suba 1,5 °C. Esto nos amenaza con “mayores riesgos para la salud, reducción de los medios de subsistencia, crecimiento económico más lento, empeoramiento de la seguridad alimentaria, del agua y humana”. Los expertos también señalan que el aumento de las temperaturas ya ha alterado profundamente los sistemas humanos y naturales, incluido el derretimiento de los casquetes polares, el aumento del nivel del mar, el clima extremo, las sequías, las inundaciones y la pérdida de biodiversidad.

Pero incluso toda esta información no es suficiente para cambiar el comportamiento humano lo suficiente como para revertir el cambio climático. ¡Y nuestra propia evolución juega un papel importante en esto! Los mismos comportamientos que una vez nos ayudaron a sobrevivir están trabajando en nuestra contra hoy.

Sin embargo, es importante recordar una cosa. Es cierto que ninguna otra especie ha evolucionado para producir una crisis de tal magnitud, pero aparte de la humanidad, ninguna otra especie tiene la capacidad y habilidad extraordinaria para resolver este problema. 

Factor de distorsiones cognitivas

Debido a la forma en que nuestros cerebros han evolucionado durante los últimos dos millones de años, carecemos de la voluntad colectiva para abordar el cambio climático.

“La gente es muy mala para comprender las tendencias estadísticas y los cambios a largo plazo”, dice el psicólogo político Conor Sale, director de investigación de One Earth Future Foundation, un programa que se enfoca en el apoyo a la paz a largo plazo. “Estamos prestando toda la atención a las amenazas inmediatas. Sobreestimamos amenazas que son menos probables pero más fáciles de entender, como el terrorismo, y subestimamos amenazas más complejas, como el cambio climático”.

En las primeras etapas de la existencia humana, las personas enfrentaban constantemente problemas que amenazaban su supervivencia y reproducción como especie, desde depredadores hasta desastres naturales. Demasiada información puede confundir al cerebro humano, haciendo que no hagamos nada o tomemos la decisión equivocada. Por lo tanto, el cerebro humano ha evolucionado para filtrar rápidamente la información y concentrarse en lo que es más importante para la supervivencia y la reproducción.

Esta evolución biológica aseguró nuestra capacidad de sobrevivir y procrear, ahorrando tiempo y energía a nuestro cerebro al manejar una gran cantidad de información. Sin embargo, estas mismas funciones son menos útiles en los tiempos modernos y provocan errores en el proceso de toma de decisiones, conocidos como sesgos cognitivos.

Los psicólogos identifican más de 150 distorsiones cognitivas que son comunes a todas las personas. Algunos de ellos son particularmente importantes para explicar por qué carecemos de voluntad para abordar el cambio climático.

Descuento hiperbólico. Es la sensación de que el presente es más importante que el futuro. Durante la mayor parte de la evolución humana, ha sido más rentable para las personas centrarse en lo que podría matarlos o comerlos en el momento presente, en lugar de en el futuro. Este enfoque en el presente limita nuestra capacidad de actuar para abordar problemas más distantes y complejos.

Falta de preocupación por las generaciones futuras. La teoría de la evolución sugiere que nos preocupamos más por varias generaciones de nuestra familia: desde nuestros abuelos hasta nuestros tataranietos. Podemos entender lo que se debe hacer para abordar el cambio climático, pero es difícil para nosotros comprender los desafíos que enfrentarán las generaciones si viven más allá de este corto período de tiempo.

Efecto del espectador. La gente tiende a creer que alguien más se ocupará de la crisis por ellos. Esta mentalidad se formó por una razón obvia: si un animal salvaje peligroso se acercara a un grupo de cazadores-recolectores por un lado, la gente no se apresuraría a atacarlo de inmediato; sería una pérdida de esfuerzo y solo pondría en peligro a más personas. En pequeños grupos, por regla general, se definía con bastante claridad quién era responsable de qué amenazas. Hoy, sin embargo, esto a menudo nos lleva a pensar erróneamente que nuestros líderes deben hacer algo con respecto a la crisis del cambio climático. Y cuanto más grande es el grupo, más fuerte es esta falsa confianza.

Error de costo hundido. La gente tiende a apegarse a un curso, incluso si termina mal para ellos. Cuanto más tiempo, energía o recursos hayamos invertido en un curso, es más probable que lo sigamos, incluso si ya no parece óptimo. Esto explica, por ejemplo, nuestra continua dependencia de los combustibles fósiles como nuestra principal fuente de energía, a pesar de la amplia evidencia de que podemos y debemos avanzar hacia la energía limpia y crear un futuro sin emisiones de carbono.

En los tiempos modernos, estos sesgos cognitivos limitan nuestra capacidad de responder a lo que podría ser la mayor crisis que la humanidad haya provocado y enfrentado.

potencial evolutivo

La buena noticia es que los resultados de nuestra evolución biológica no solo nos impiden resolver el problema del cambio climático. También nos dieron oportunidades para superarlo.

Los humanos tienen la capacidad de "viajar en el tiempo" mentalmente. Se puede decir que, en comparación con otros seres vivos, somos únicos en que somos capaces de recordar eventos pasados ​​y anticipar escenarios futuros.

Podemos imaginar y predecir múltiples resultados complejos y determinar las acciones requeridas en el presente para lograr los resultados deseados en el futuro. E individualmente, a menudo nos encontramos en condiciones de actuar sobre estos planes, como invertir en cuentas de jubilación y comprar seguros.

Desafortunadamente, esta capacidad de planificar resultados futuros se desmorona cuando se requiere una acción colectiva a gran escala, como es el caso del cambio climático. Sabemos lo que podemos hacer con el cambio climático, pero resolver este problema requiere una acción colectiva a una escala que va más allá de nuestras capacidades evolutivas. Cuanto más grande es el grupo, más difícil se vuelve, tal es el efecto espectador en acción.

Pero en grupos pequeños, las cosas son diferentes.

Los experimentos antropológicos muestran que cualquier persona puede mantener relaciones estables con un promedio de otras 150 personas, un fenómeno conocido como “número de Dunbar”. Con más conexiones sociales, las relaciones comienzan a romperse, lo que socava la capacidad del individuo para confiar y depender de las acciones de los demás para lograr objetivos colectivos a largo plazo.

Al reconocer el poder de los grupos pequeños, Exposure Labs, el cineasta detrás de películas ambientales como Chasing Ice y Chasing Coral, está utilizando su contenido para movilizar a las comunidades para que tomen medidas sobre el cambio climático a nivel local. Por ejemplo, en el estado estadounidense de Carolina del Sur, donde la mayoría de los líderes son negacionistas del cambio climático, Exposure Labs invitó a personas de diversos campos, como la agricultura, el turismo, etc., para hablar sobre cómo les afecta personalmente el cambio climático. Luego trabajan con estos pequeños grupos para identificar acciones prácticas que se pueden tomar de inmediato a nivel local para tener un impacto, lo que ayuda a crear la presión política necesaria para lograr que los legisladores aprueben las leyes pertinentes. Cuando las comunidades locales hablan de sus intereses individuales, es menos probable que la gente sucumba al efecto espectador y es más probable que participe.

Tales enfoques también se basan en varias otras estrategias psicológicas. Primero, cuando los propios grupos pequeños participan en la búsqueda de soluciones, experimentan un efecto de contribución: cuando poseemos algo (incluso una idea), tendemos a valorarlo más. En segundo lugar, la comparación social: tendemos a evaluarnos a nosotros mismos mirando a los demás. Si estamos rodeados de otros que están tomando medidas contra el cambio climático, es más probable que hagamos lo mismo.

Sin embargo, de todos nuestros sesgos cognitivos, uno de los más fuertes e influyentes en nuestros procesos de toma de decisiones es el efecto de encuadre. En otras palabras, la forma en que nos comunicamos sobre el cambio climático afecta la forma en que lo percibimos. Es más probable que las personas cambien su comportamiento si el problema se enmarca de manera positiva ("el futuro de la energía limpia salvará X vidas") en lugar de negativamente ("nos extinguiremos debido al cambio climático").

“La mayoría de la gente cree que el cambio climático es real, pero se siente impotente para hacer algo”, dice la directora general de Exposure Labs, Samantha Wright. “Entonces, para que la gente actúe, necesitamos que el problema sea directo y personal, y que se capture localmente, señalando tanto los impactos locales como las posibles soluciones, como cambiar su ciudad a energía 100% renovable”.

Asimismo, se debe estimular el cambio de comportamiento a nivel local. Uno de los países que están a la vanguardia es Costa Rica, que introdujo un innovador impuesto a los combustibles en 1997. Para resaltar el vínculo del contribuyente entre el consumo de combustible y los beneficios para sus propias comunidades, una parte de los ingresos se destina a pagar a los agricultores y las comunidades indígenas para proteger y revitalizar las selvas tropicales de Costa Rica. Actualmente, el sistema recauda $33 millones cada año para estos grupos y ayuda al país a compensar la pérdida de bosques mientras crece y transforma la economía. En 2018, el 98% de la electricidad utilizada en el país fue generada a partir de fuentes de energía renovables.

El rasgo más útil que ha desarrollado la humanidad es la capacidad de innovar. En el pasado, hemos utilizado esta habilidad para abrir fuego, reinventar la rueda o sembrar los primeros campos. Hoy son los paneles solares, los parques eólicos, los automóviles eléctricos, etc. Junto con la innovación, hemos desarrollado sistemas y tecnologías de comunicación para compartir estas innovaciones, lo que permite que una idea o invento se extienda mucho más allá de nuestra propia familia o ciudad.

El viaje mental en el tiempo, los comportamientos sociales, la capacidad de innovar, enseñar y aprender: todas estas consecuencias evolutivas siempre nos han ayudado a sobrevivir y seguirán ayudándonos en el futuro, aunque frente a una amenaza completamente diferente a la que enfrentaba la humanidad en los días de los cazadores-recolectores.

Hemos evolucionado para poder frenar el cambio climático que hemos provocado. ¡Es hora de actuar!

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