Psicología

La relación entre madre e hija rara vez es simple. Reconocer su ambivalencia y comprender sus causas ayudará a aliviar la tensión, dice la psicóloga familiar.

La cultura nos ofrece el estereotipo del amor materno como ideal y desinteresado. Pero en realidad, la relación entre madre e hija nunca es inequívoca. Mezclan muchas experiencias diferentes, entre las cuales la agresión no es la última.

Surge cuando una mujer empieza a comprender que está envejeciendo… La presencia de su hija le hace notar lo que no quiere notar. La aversión de la madre se dirige a su hija, como si lo hiciera a propósito.

La madre también puede enojarse por la distribución «injusta» de los beneficios de la civilización: la generación de la hija los recibe más que la generación a la que ella pertenece.

La agresión puede manifestarse casi abiertamente, como un deseo de humillar a una hija, por ejemplo: “Tus manos son como patas de mono, y los hombres siempre me han felicitado por la belleza de mis manos”. Tal comparación no está a favor de la hija, como si le devolviera la justicia a la madre, devolviéndole lo que «debe».

La agresión puede estar bien disfrazada. «¿No estás vestida demasiado ligera?» — una pregunta cariñosa oculta la duda de que la hija sea capaz de elegir su propia ropa.

La agresión puede no estar dirigida directamente a la hija, sino a su elegido, que es objeto de críticas más o menos duras (“Podrías encontrarte un hombre mejor”). Las hijas sienten esta agresión secreta y responden de la misma manera.

A menudo escucho en una recepción de confesión: "Odio a mi madre"

A veces las mujeres añaden: «¡Quiero que se muera!» Esto, por supuesto, no es una expresión de deseo real, sino del poder de los sentimientos. Y este es el paso más importante en la curación de las relaciones: el reconocimiento de sus sentimientos y el derecho a ellos.

La agresión puede ser útil: permite que madre e hija se den cuenta de que son diferentes, con deseos y gustos diferentes. Pero en familias donde “la madre es sagrada” y la agresión está prohibida, ella se esconde bajo diferentes máscaras y rara vez puede ser reconocida sin la ayuda de un psicoterapeuta.

En las relaciones con su hija, la madre puede repetir inconscientemente el comportamiento de su propia madre, incluso si alguna vez decidió que nunca sería como ella. La repetición o el rechazo categórico de la conducta de la madre indica dependencia de los programas familiares.

Madre e hija pueden relacionarse entre sí y consigo mismas con comprensión si encuentran el coraje de explorar sus sentimientos. Una madre, habiendo entendido lo que realmente necesita, podrá encontrar la manera de satisfacer sus necesidades y mantener el respeto por sí misma sin humillar a su hija.

Y la hija, tal vez, verá en la madre una niña interior con una necesidad insatisfecha de amor y reconocimiento. Esto no es una panacea para la hostilidad, sino un paso hacia la liberación interior.

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