Psicología

Nuestra decisión se puede predecir segundos antes de que creamos que la hemos tomado. ¿Estamos realmente privados de voluntad, si nuestra elección puede realmente predecirse de antemano? No es tan simple. Después de todo, el verdadero libre albedrío es posible con el cumplimiento de los deseos de segundo orden.

Muchos filósofos creen que tener libre albedrío significa actuar según la propia voluntad: actuar como iniciador de las propias decisiones y ser capaz de ponerlas en práctica. Me gustaría citar los datos de dos experimentos que pueden, si no anular, al menos sacudir la idea de nuestra propia libertad, que lleva mucho tiempo arraigada en nuestras cabezas.

El primer experimento fue concebido y puesto en marcha por el psicólogo estadounidense Benjamin Libet hace más de un cuarto de siglo. Se pidió a los voluntarios que hicieran un movimiento simple (por ejemplo, levantar un dedo) cada vez que les apeteciera. Se registraron los procesos que tenían lugar en sus organismos: el movimiento muscular y, por separado, el proceso que lo precede en las partes motoras del cerebro. Delante de los sujetos había un dial con una flecha. Tenían que recordar dónde estaba la flecha en el momento en que tomaron la decisión de levantar el dedo.

Primero, ocurre la activación de las partes motoras del cerebro, y solo después aparece una elección consciente.

Los resultados del experimento se convirtieron en una sensación. Socavaron nuestras intuiciones sobre cómo funciona el libre albedrío. Nos parece que primero tomamos una decisión consciente (por ejemplo, levantar un dedo), y luego se transmite a las partes del cerebro que son responsables de nuestras respuestas motoras. Estos últimos accionan nuestros músculos: el dedo se eleva.

Los datos obtenidos durante el experimento de Libet indicaron que tal esquema no funciona. Resulta que la activación de las partes motoras del cerebro ocurre primero, y solo después aparece una elección consciente. Es decir, las acciones de una persona no son el resultado de sus decisiones conscientes «libres», sino que están predeterminadas por procesos neuronales objetivos en el cerebro que ocurren incluso antes de la fase de su conciencia.

La fase de conciencia va acompañada de la ilusión de que el iniciador de estas acciones fue el propio sujeto. Para usar la analogía del teatro de marionetas, somos como medias marionetas con un mecanismo invertido, experimentando la ilusión del libre albedrío en sus acciones.

A principios del siglo XXI, se llevaron a cabo en Alemania una serie de experimentos aún más curiosos bajo la dirección de los neurocientíficos John-Dylan Haynes y Chun Siong Sun. Se les pidió a los sujetos que en cualquier momento conveniente presionaran un botón en uno de los controles remotos, que estaban en sus manos derecha e izquierda. Paralelamente, aparecieron letras en el monitor frente a ellos. Los sujetos debían recordar qué letra aparecía en la pantalla en el momento en que decidían pulsar el botón.

La actividad neuronal del cerebro se registró utilizando un tomógrafo. Con base en los datos de la tomografía, los científicos crearon un programa que podía predecir qué botón elegiría una persona. ¡Este programa fue capaz de predecir las elecciones futuras de los sujetos, en promedio, 6-10 segundos antes de que hicieran esa elección! Los datos obtenidos fueron un verdadero shock para aquellos científicos y filósofos que se quedaron atrás en la tesis de que una persona tiene libre albedrío.

El libre albedrío es algo así como un sueño. Cuando duermes no siempre sueñas

Entonces, ¿somos libres o no? Mi posición es esta: la conclusión de que no tenemos libre albedrío no se basa en la prueba de que no lo tenemos, sino en una confusión de los conceptos de «libre albedrío» y «libertad de acción». Mi argumento es que los experimentos realizados por psicólogos y neurocientíficos son experimentos sobre la libertad de acción, y no sobre el libre albedrío en absoluto.

El libre albedrío siempre está asociado con la reflexión. Con lo que el filósofo estadounidense Harry Frankfurt llamó «deseos de segundo orden». Los deseos de primer orden son nuestros deseos inmediatos que se relacionan con algo específico, y los deseos de segundo orden son deseos indirectos, se les puede llamar deseos sobre deseos. Lo explicaré con un ejemplo.

Fumo mucho desde hace 15 años. En este momento de mi vida, tenía un deseo de primer orden: el deseo de fumar. Al mismo tiempo, también experimenté un deseo de segundo orden. A saber: Desearía no querer fumar. Así que quería dejar de fumar.

Cuando realizamos un deseo de primer orden, esta es una acción libre. Era libre en mi acción, ¿qué debo fumar? Cigarrillos, puros o puritos. El libre albedrío tiene lugar cuando se realiza un deseo de segundo orden. Cuando dejé de fumar, es decir, cuando realicé mi deseo de segundo orden, fue un acto de libre albedrío.

Como filósofo, sostengo que los datos de la neurociencia moderna no prueban que no tengamos libertad de acción y libre albedrío. Pero esto no significa que el libre albedrío nos sea dado automáticamente. La cuestión del libre albedrío no es sólo teórica. Esta es una cuestión de elección personal para cada uno de nosotros.

El libre albedrío es algo así como un sueño. Cuando duermes, no siempre sueñas. De la misma manera, cuando estás despierto, no siempre tienes libre albedrío. Pero si no usas tu libre albedrío en absoluto, entonces estás como dormido.

¿Quieres ser libre? Entonces usa la reflexión, déjate guiar por deseos de segundo orden, analiza tus motivos, piensa en los conceptos que usas, piensa con claridad, y tendrás una mejor oportunidad de vivir en un mundo en el que una persona no solo tiene libertad de acción, pero también libre albedrío.

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