Psicología

Muchos padres se sorprenden de que sus hijos, tranquilos y reservados frente a los extraños, de repente se vuelvan agresivos en casa. ¿Cómo se puede explicar esto y qué se puede hacer al respecto?

“Mi hija de 11 años se excita literalmente desde media vuelta. Cuando trato de explicarle con calma por qué no puede conseguir lo que quiere en este momento, se pone furiosa, empieza a gritar, da un portazo, tira cosas al suelo. Al mismo tiempo, en la escuela o en una fiesta, se comporta con calma y moderación. ¿Cómo explicar estos cambios de humor repentinos en casa? ¿Como lidiar con?

A lo largo de los años de mi trabajo, he recibido muchas cartas similares de padres cuyos hijos son propensos a comportamientos agresivos, sufren constantes crisis emocionales o obligan al resto de la familia a andar de puntillas para no provocar otro brote.

Los niños se comportan de manera diferente según el entorno, y las funciones de la corteza prefrontal del cerebro juegan un papel importante en esto: es responsable de controlar los impulsos y las respuestas inhibitorias. Esta parte del cerebro es muy activa cuando el niño está nervioso, preocupado, temeroso del castigo o esperando que lo animen.

Cuando el niño llega a casa, el mecanismo de contención de las emociones no funciona tan bien.

Es decir, aunque el niño esté molesto por algo en la escuela o en una fiesta, la corteza prefrontal no permitirá que este sentimiento se manifieste con toda su fuerza. Pero al volver a casa, el cansancio acumulado durante el día puede derivar en rabietas y ataques de ira.

Cuando un niño está molesto, se adapta o reacciona a la situación con agresividad. Aceptará el hecho de que su deseo no se cumplirá o comenzará a enojarse con sus hermanos y hermanas, con sus padres, incluso consigo mismo.

Si intentamos explicar racionalmente o aconsejar algo a un niño que ya está muy alterado, solo conseguiremos aumentar este sentimiento. Los niños en este estado no perciben la información de forma lógica. Ya están abrumados por las emociones, y las explicaciones lo empeoran aún más.

La estrategia correcta de comportamiento en tales casos es «convertirse en el capitán del barco». Los padres deben apoyar al niño, guiándolo con confianza, como el capitán de un barco que pone rumbo a las olas embravecidas. Debe dejar que el niño comprenda que lo ama, que no tiene miedo de las manifestaciones de sus sentimientos y lo ayuda a superar todos los remolinos en el camino de la vida.

Ayúdalo a darse cuenta de lo que siente exactamente: tristeza, rabia, decepción…

No te preocupes si no puede exponer claramente los motivos de su enfado o resistencia: lo más importante para el niño es sentirse escuchado. En esta etapa, uno debe abstenerse de dar consejos, instrucciones, intercambiar información o expresar su opinión.

Después de que el niño haya podido desahogarse, expresar sus emociones y sentirse comprendido, pregúntele si quiere escuchar sus pensamientos e ideas. Si el niño dice «no», es mejor posponer la conversación para mejores momentos. De lo contrario, simplemente «caerás en su territorio» y obtendrás una respuesta en forma de resistencia. No lo olvides: para llegar a la fiesta, primero debes obtener una invitación.

Entonces, su tarea principal es alentar al niño a pasar de la agresión a la aceptación. No hay necesidad de buscar una solución al problema o poner excusas, solo ayúdelo a encontrar la fuente del tsunami emocional y montar en la cresta de la ola.

Recuerda: no estamos criando niños, sino adultos. Y aunque les enseñemos a superar los obstáculos, no todos los deseos se cumplen. A veces simplemente no puedes conseguir lo que quieres. El psicólogo Gordon Neufeld llama a esto el «muro de la inutilidad». Los niños a los que ayudamos a sobrellevar la tristeza y la frustración aprenden a través de estas desilusiones a superar las adversidades más graves de la vida.


Acerca de la autora: Susan Stiffelman es educadora, especialista en educación y entrenamiento para padres, y terapeuta matrimonial y familiar.

Deje un comentario